¿Para qué sirve la utopía?

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Cuando tienes en mente iniciar un proyecto, sea el que sea, estás repleto de energía propositiva, motivación, interés y, cómo no, de ideas. Ese conjunto de ideas son tus ideales, esos pensamientos sobre cómo te gustaría, deseas o quieres que llegue a ser ese proyecto. Si ese conjunto de ideas dirigen tus acciones, eres un idealista. Y un idealista es aquella persona que se deja seducir conscientemente por una utopía, un horizonte maravilloso al que quiere llegar.

A ese horizonte utópico lo llamas de diferentes modos: metas, objetivos o fines. Los fines responden a las preguntas de qué quiero hacer y a la de para qué quiero hacerlo. Cuando alguien te pregunta, ¿para qué te metes en esto?, tu sabes qué responder en base a ese conjunto de ideas-guía que tienes en mente.

Incluso si no eres plenamente consciente de lo que quieres conseguir y solo tienes una profunda intuición sin forma, las ideas-guía te sirven de impulso a la acción. Sabes, en lo más profundo de tu ser, que quieres hacer algo, aunque no tengas claro qué.

Huelga decir que esta reflexión sirve para los proyectos individuales y para los colectivos, simplemente cambiando la primera persona del singular por la segunda persona del plural.

Una persona (o un colectivo) sin ideas es un ser sin horizontes, sin un sentido existencial que le guíe. Viktor Frankl en su extraordinario libro El hombre en busca de sentido, reflexiona sobre la pregunta por el sentido de la vida:

Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.

 

¿Para qué sirve la utopía?

Eduardo Galeano nos lo explica de forma poética: para caminar. Sin algo que te (re)mueva, no andas. Sin un meta, no actúas de modo propositivo. Sin ideales que te guíen eres un barco perdido en medio de tu océano vital.

Eso sí, a medida que avanzas en ese camino los ideales van transformándose. La influencia de la realidad en ellos es muy potente. Vas deslizándote hacia la zona de equilibrio entre idealismo y realismo. Creces como persona (o como colectivo), te fortaleces, incrementas tu poder, la confianza en lo que haces y tus principios se convierten en tus zapatos para andar. Canalizas mejor las energías, eres más eficiente en lo que haces y puedes ayudar a otros a empezar su camino, aportándoles tu experiencia de caminante. No para que la siga al pie de la letra, no, porque su camino es diferente, sino para que la tenga en cuenta cuando abra su conciencia -sus ojos- en su propio trayecto o proyecto vital. Son semillas que pueden germinar o no.

Y en esta carrera de relevos que es la vida, los que empiezan con humildad suelen buscar guías expertas mientras que lo hacen con prepotencia las desprecian con ciertas dosis de adanismo. Por eso es muy importante la actitud en tu trayecto. Los veteranos son una ayuda inestimable que tú, como persona inteligente que eres, no debes despreciar sino al contrario: aprovechar esa fuente para beber y equiparte para tu propio camino.


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