Hiperconsciencia. Nada es lo que parece.

Hace mucho que no publico reflexiones propias por estar volcado en el proyecto colectivo de Redaci, donde comparto ideas y les vamos dando forma conjuntamente. Pero hoy me apetece iniciar una entrada sobre un ítem poco explorado y que, de entrada, necesita una serie de matizaciones: la hiperconsciencia.

El título es llamativo. Soy plenamente consciente y lo he puesto a conciencia. En realidad lo que quiero describir podría llamarse multiconsciencia (o pluriconsciencia), de modo similar a como se distinguiría lo que conocemos como «hiperfoco» (poner mucha atención en una cosa) de lo que podría denominarse «multifoco» (poner bastante atención en muchas cosas). No se trata de tener consciencia plena de una cosa sino de tener activados muchos «canales» de consciencia al mismo tiempo.

Esta sensación de múltiples aperturas la he tenido en infinidad de ocasiones, pero recuerdo una especialmente en un contexto realmente poco complejo: un concierto de música noventera. Ahí lógicamente los estímulos no eran intelectualmente muy destacados, pero la sensación de que en lugar de estar relajado disfrutando del evento sin pensar en nada lo que tenía era una hiperactivación de muchos focos que me llevaban a todos lados, desde el escenario a las personas de al lado, sus conversaciones, sus gestos y sus relaciones era muy invasiva. Todo el trasiego de estímulos entraba por diferentes canales y tenía una saturación que me impidió relajarme durante mucho tiempo.

El caso es que cualquiera que lea esto puede pensar en algo como «qué guay, ¿no?» (sí, soy un carroza que sigue usando guay). Pues no, no es guay. O no es siempre guay y he ahí el quid (que no el kit) de la cuestión.

La hiperconsciencia está siempre y necesariamente influenciada por los estados de ánimo. No es lo mismo contemplar la realidad en un estado de tristeza que hacerlo inundado de alegría. Y, entre medias, tampoco lo es en momentos de tranquilidad donde el mar emocional está en calma. La percepción e interpretación de la realidad dista bastante en función del estado emocional que sea prevalente en ese momento.

Lo anterior nos lleva a una hipótesis antigua denominada realismo depresivo, suscrita en 1979​ por las psicólogas estadounidenses Lauren Alloy y Lyn Yvonne Abramson​ y desarrollada posteriormente por otros autores. Según esta hipótesis, los individuos depresivos hacen inferencias del mundo más realistas o acertadas que los individuos no deprimidos. Por fortuna, esa hipótesis o teoría parece haberse refutado en un estudio reciente de 2022. Es decir, en un estado depresivo no es cierto que se vea la realidad con mayor claridad y precisión, libre de sesgos ni de la ilusa sensación de control.

Si aplicamos esto a un estado emocional como la tristeza y logramos salir del vórtice para «vernos» podremos advertir que esta emoción nos envía señales claras de que debe ser entendida, atendida y canalizada, pero que en modo alguno nos hará tener mejor visión de la realidad. Más bien justo al contrario. Es muy probable que estando triste y con la hiperconsciencia a pleno rendimiento, casi toda la realidad te parezca negativa (una mierda, hablando en plata) y entres en un bucle que se retroalimente de esas percepciones distorsionadas en múltiples canales. Huelga decir que ocurriría algo similar con una emoción con efectos energizantes como por ejemplo la alegría desbordada.

Encontrar un equilibrio dinámico entre una consciencia ampliada y un estado de ánimo saludable es fundamental para poder ver las cosas de manera realista y tomar decisiones conscientes. Así que toca proponerse el reto de tener un diálogo entre consciencia y emociones ya que ambas se influyen mutuamente. La primera amplifica las emociones y las segundas pueden enturbiar la consciencia a poco que se eleven en demasía.

Hay días en los que los estados emocionales arrastran todo lo demás, pero en nuestro espacio de responsabilidad tiene cabida la herramienta de gestión que nos puede ayudar a reconocerlas, escucharlas y dejarlas fluir para que nos cuente todo lo que desea y pueda disiparse cuando le llegue su momento. Todo esto es posible gracias a ciertos mecanismos asimilables a la metacognición (en este caso, metacognición perceptiva o metaconsciencia), sobre la que hablaré más adelante -espero que en compañía- si tengo los canales limpios de las obturaciones emocionales que en estos tiempos convulsos suelen ser muy a menudo.


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