Hace más de tres lustros inicié un viaje a través del inmenso océano del conocimiento humano. Una travesía apasionante en la que cada etapa vas advirtiendo con mayor nitidez que se trata de una historia interminable, que no tienes vida suficiente para navegar en todas esas aguas. Esa toma de conciencia permite a unos relativizar mientras que a otros les hace sentir impostores porque su conocimiento, enorme comparado con sus coetáneos, es diminuto comparado con la vastedad del océano. Los diletantes no tenemos ese problema, naturalmente, porque simplemente disfrutamos de la navegación sin atormentarnos por lo mucho que nos falta por recorrer.
Pero hoy no quería hablar de eso sino del asunto más común, íntimo y, paradójicamente, desconocido que encontré durante esta travesía: la conciencia.
Todo comenzó con una pregunta aparentemente sencilla: ¿Qué es la conciencia? Acompañada de una coletilla que desvelaba una visión emergentista notablemente ignorante: ¿Cómo surgió?
No contaré aquí todo lo que sucedió después porque es imposible condensarlo en una entrada. Solo diré que ha sido, con mucha diferencia, el viaje intelectual más impactante y nutritivo que he realizado y que jamás realizaré. Lo de las altas capacidades se queda en un juego de niños comparado con esto.
Todo esto viene a colación de un artículo que leí sobre Antonio Damasio, el célebre neurólogo que me encandiló hace más de una década con sus libros El Error de Descartes (con la historia de Phineas Gage) y En busca de Spinoza (con la sugerente distinción entre sentimientos y emociones).
El artículo en cuestión, publicado en la web de la mente es maravillosa, se titulaba como esta entrada: Antonio Damasio, el neurólogo de las emociones.
Para los que disfrutamos de las distinciones cualitativas (aspecto clave para discernir el grano de la paja), la vena filosófica de Antonio era un filón, así que era lógico esperar que me llamara la atención un pequeño pasaje del artículo:
Antonio Damasio, un neurocientífico diferente
Neurocientíficos los hay de muchas clases. Sin embargo, hasta no hace mucho abundaban en exceso aquellos marcados por un enfoque mecánico y reduccionista. Nos decían, por ejemplo, que nuestros pensamientos, reflexiones y decisiones eran el resultado de una simple conexión de un conjunto de neuronas.
Ahora bien… ¿dónde queda entonces nuestra conciencia? ¿Existe una región específica para la misma? ¿Y las emociones y los sentimientos, dónde se producen? Muchos de esos científicos, en un pasado no tan lejano, sonreían con ironía ante dichas ideas. En la actualidad, disponemos ya de figuras inspiradoras como la de Antonio Damasio, quienes dejan a un lado esa perspectiva reduccionista para abrirnos perspectivas y hacernos entender la importancia que tienen conceptos como la conciencia y el mundo de las emociones.
En primer lugar, la conciencia no está en ningún lugar en concreto del cerebro. La conciencia es un proceso y una entidad que está presente en todas las especies. De hecho, según explica él mismo, incluso los organismos unicelulares, como las bacterias o las amebas, tienen un sentido mínimo de conciencia. Trabajan para preservar su integridad, para sobrevivir. Así, cada organismo, cada ser vivo dispone de un nivel más o menos sofisticado de conciencia con el que adaptarse a su entorno y desarrollarse.
Este último párrafo me recordó a la distinción que realiza David J. Chalmers entre conciencia fenoménica (experiencial, subjetiva) y conciencia psicológica (funcional, objetiva), también desde esa perspectiva emergentista que se pregunta sin obtener respuestas plausibles de cómo surgió la conciencia fenoménica, lo que denominó el «problema fuerte de la conciencia» y que ha sido apoyado y denostado por otros investigadores a lo largo de estos años.
Para entender superficialmente el problema de fondo de esta visión que, insisto, fue la mía cuando empecé el viaje, reside en la imposibilidad de explicar ese surgimiento en función de las propiedades que presentan los sistemas desde los que debería emerger.
Pensando mucho en este asunto surgió una metáfora que me iluminó un poco el camino. Imaginaba un lago helado y, en medio del mismo, una pequeña grieta por la que salía un hilillo de agua. Todo esto lo veía desde la orilla, como un observador desimplicado del fenómeno. En ese momento me planteé dos preguntas, suponiendo mi ignorancia sobre el origen de esto y la imposibilidad de comprenderlo ya que no me puedo mover de mi lugar:
1) ¿El agua surge desde la capa de hielo?
2) ¿El agua emerge a través de la capa de hielo?
Evidentemente, las preguntas de la metáfora pierden su sentido si se literalizan y el observador se acerca a la grieta y lo comprueba, que suele ser la respuesta absurda que recibo cada vez que lo planteo.
La idea es simplemente provocadora. Tú no puedes moverte de sitio, no puedes experimentar esa distinción que responda a cuál de las dos preguntas es la correcta. Solo puedes inferir, desde tu posición, cuál de las dos te parece la más correcta.
La visión emergentista de la conciencia se centra exclusivamente en intentar responder a la primera pregunta. No se plantea bajo ningún concepto la idea de que su pregunta sea esencialmente incorrecta, incompleta o que esté mal planteada.
Cualquiera que haya leído y reflexionado sobre la conciencia desde muchos puntos de vista diferentes advierte fácilmente este problema de fondo. Y lo que hice con este ejercicio de imaginación es simplemente abrirme a la posibilidad de estar profundamente equivocado en mi visión inicial del asunto. Que pensar que la conciencia emerge desde el funcionamiento cerebral es creer en milagros o en magia, ya que no hay nada que sustente objetivamente esta visión. Sin embargo, plantear el asunto desde otra perspectiva en la que no exista una producción sino una simple expresión disipa la mayoría de los problemas de fondo, aunque lógicamente no se pueda explicar tampoco cómo es posible esa expresión en los seres vivos, ya sea a través de la funcional «percatación» o de la fenoménica «conciencia». Pero entiendo las reticencias y la acusación de que esta sería una visión pampsiquista, simple y llanamente porque entiendo la perspectiva desde la que se le acusa. El pampsquisimo es esencialmente una visión equivocada que vendría a afirmar que «todo es conciencia» (con distintas variantes), y eso no tiene sentido (una roca no tiene conciencia, ni una nube, ni la Luna, etc), como no lo tiene «todo es materia». Son fragmentos dualistas que se enfrentan entre sí y que se lanzan al adversario cuando no se comprende su visión ampliada del asunto.
Lichtung
El claro del bosque (apertura) es la condición de posibilidad de que la luz pueda expresarse. El claro no produce la luz sino que la permite.
El problema de los usos comunes de la palabra conciencia
A mi modesto entender, la mayor dificultad para enfrentarnos con este morlaco de la conciencia reside en que nuestro modo de pensar es generalmente fragmentario. Necesitamos trozos operativos, manejables intelectualmente que nos permitan avanzar en el conocimiento de las cosas.
Por este motivo casi siempre se le pone «apellidos» (adjetivos o adverbios) a la conciencia. Y cuando dialogamos necesitamos ponerlos para entendernos en nuestro contexto cultural, lo que nos lleva a constantes aporías en este asunto. Lo he comprobado cientos de veces y jamás se encuentra una solución, aunque los interlocutores sean honestos intelectualmente hablando y traten de acercar sus espacios de significación (qué espacio semántico señala para ti el vocablo o expresión que estás usando), algo por desgracia infrecuente en las discusiones sobre el tema. Se tiende más a la dialéctica erística.
Esto se nota mucho en los usos comunes de la palabra conciencia. Por ejemplo, con los estados de conciencia y sus funciones dentro del campo semántico de la «conciencia humana». Siguiendo a Chalmers:
1) Vigilia. A veces decimos que «estamos conscientes» como una forma de decir que no estamos dormidos.
2) Introspección. Proceso mediante el cual podemos hacernos «conscientes» del contenido de nuestros estados internos.
3) Informatividad. Nuestra capacidad para informar sobre el contenido de nuestros estados mentales, presupone la capacidad de instrospección pero está constreñida al uso del lenguaje.
4) Autoconciencia. La capacidad para pensar sobre nosotros mismos, la «conciencia» de nuestra existencia como individuos y de nuestras diferencias y similitudes con otros.
5) Atención. Con frecuencia decimos que alguien es «consciente de algo» precisamente cuando presta atención a ello, cuando una porción significativa de nuestros recursos cognitivos está dedicada a tratar con la información que a nosotros nos parece relevante.
6) Control voluntario. Decimos que una conducta es «consciente» cuando la realizamos deliberadamente.
7) Conocimiento. En otro sentido cotidiano, cercano a su origen etimológico, decimos que alguien es «consciente» de un hecho cuando conoce el hecho, o cuando nos acercamos a ese hecho. Esta noción raramente se trata en las discusiones técnicas de la conciencia, pero es la base de todas, como la masa lo es de todas las pizzas.
El tema es tan complejo y sutil que cuando lees cosas como esta se te queda cara de «¿lo qué?»…
Científicos descubren donde está ubicada la conciencia humana
«Se trata de la corteza prefrontal lateral del cerebro, el lugar donde, según ellos, se aloja la voz de la conciencia.
«Hemos establecido un área en el lóbulo frontal humano, un área del cerebro que se sabe que está íntimamente involucrada en la organización y en los procesos de toma de decisiones», ha afirmado Franz- Xaver Neubert, director del estudio en la Universidad de Oxford.
Los científicos creen que esta región es la fuente de la voz interior que nos azuza cuando nos inclinamos a tomar decisiones que nosotros mismos consideramos malas o buenas.»
Esto suena tan absurdo como querer saber desde dónde salen las imágenes en un televisor revisando su cableado. Claro que sin esos cables las imágenes no se ven, y claro que esos cables están involucrados en la emisión de las imágenes. Pero también parece obvio señalar que no son los cables la «fuente» que las produce o reproduce.
Pues de estas, miles… Y ahí habla solo de la conciencia humana. Cuando entran otras formas de conciencia biológicas el lío está servido. La tensión intelectual crece y el rigor se convierte en rigidez, apagando cualquier intento de diálogo.
Interesante y sugestivo el paneo del claro del bosque (apertura.. el ser-ahí?).. Este señor maneja un lenguaje envidiable. Tengo que aprender de él.
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Pienso que es imposible que un sistema tan limitado de representación de la realidad, como es el lenguaje (todo lenguaje) pueda dar una explicación completa de algo tan sutil, intangible, inefable, como la conciencia o el «yo». Creo que si un día alguien afirmase que sabe qué es, sería un indicio de haber perdido el sentiso crítico.
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Efectivamente, porque el lenguaje acota, delimita (limita) y define (pone fin) para ser operativo, pero la conciencia es como agua que se escapa entre esos dedos una y otra vez
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